martes, 10 de enero de 2012

Síndrome de disincronía

Uno de los conceptos que más hace temblar al común de los mortales es el de síndrome.

 

Síndrome es el conjunto de síntomas que caracterizan una enfermedad o el conjunto de fenómenos característicos de una situación determinada.

 

Esta definición contiene dos partes: una, que alude a una enfermedad; otra, que apunta a una situación determinada (curiosamente sin determinar). Es decir, según la segunda parte cualquier conjunto de fenómenos característicos de una situación se podría definir como síndrome. Así, podríamos tener el síndrome de la risa floja provocado por fumarse algo de hachís.

 

Pero como no queremos ironizar mucho sobre esta cuestión, nos ceñiremos a la primera acepción: conjunto de síntomas que caracterizan una enfermedad. Si leemos una lista de síndromes, advertiremos rápidamente que todos o casi todos señalan a este sentido del término. En la misma nos encontramos el síndrome de disincronía.

 

Cuando a unos padres de alumnos superdotados (según el sentido jurásico propuesto por la OMS asociado al CI) preocupados por su criatura le dicen que su pequeño o pequeña padece un "síndrome de disincronía", lo normal es que reaccionen con suma preocupación. ¿Con qué enfermedad nos encontramos? ¿Qué ha hecho para merecer esto?

 

No podemos evitar caer en ese estado de alarma ante la situación que tenemos que afrontar. Un grave problema nos acecha y queremos hacer algo. Nos ponemos en manos del profesional que nos lo diagnostica de ese modo tan crudo.

 

Este síndrome en concreto, descrito por Terrassier en la mitad de la década de los noventa, nos dibuja un panorama ciertamente desalentador. Nada menos que cinco tipos de disincronías pueden presentarse en los niños y niñas con superdotación intelectual.

 

Sin embargo, esta descripción está realizada bajo el manto de la mirada clínica, basada fundamentalmente en los síntomas sin profundizar realmente en las causas que pueden llevarnos a ese estado. Y es en las causas donde no encontramos datos suficientes como para afirmar que estamos ante una enfermedad. Sería, en todo caso, una dificultad o un estado de inestabilidad de inicio que puede o no incrementarse si se dan una serie de condiciones.

 

Me centro en uno de ellas, la disincronía afectiva-intelectual. Suele decirse que el superdotado tiene la mente de un adulto en el cuerpo de un niño, y no andaríamos desencaminados si el patrón de superdotación fuera uno, grande y libre como era nuestra España preconstitucional. Pero el caso es que, incluso en el marco clásico, podemos hallar muchos perfiles diferentes que en modo alguno nos puede llevar a la falsa conclusión de que es un síndrome PROPIO de la superdotación intelectual. Lo será, en todo caso, de algún perfil específico de talento que carezca de habilidades sociales. La mayoría del alumnado no sufre esta disincronía, entre otras razones porque apenas hay detecciones respecto a la población teórica estimada. Si realmente fuera algo propio, saldrían síndromes de disincronía por doquier. Eso sin contar que para hablar de disincronía es necesario acudir a la noción de grado. Todos tenemos perfiles irregulares, destacando en algunas áreas del intelecto y renqueando en otras como punto de partida (inestabilidad inicial). No por eso "sufrimos de síndrome de disincronía", o no lo hacemos en grado suficiente como para considerarlo una patología digna de mención y atención diferente.

 

Lo normal es tener desarrollos disincrónicos. Lo anormal, en cambio, es la sincronía perfecta entre todas las áreas. De hecho, esta situación suena más a una idealización que a la realidad.

 

Ya va siendo hora de superar esa dichosa tendencia a pensar siempre en clave de problemas cuando tal vez estemos simplemente ante una disposición natural de alguien que de ningún modo puede considerarse patológica en sí misma. No hay "pastillas" para curar el síndrome de disincronía. Sí hay trabajos que ayuden a armonizar el crecimiento de una persona, tanto en sus fortalezas como en sus debilidades.

 

Cuando dialogas con otros adultos con altas capacidades intelectuales adviertes claramente que no todos tenemos perfiles únicos y fácilmente identificables, ni que todos sufrimos de disincronías graves en nuestro nivel de desarrollo. Cada uno destaca en un aspecto y no por eso nos sentimos "enfermos". Lo natural es esa situación y sólo ciertas condiciones adversas pueden llegar a afectar tanto esas inestabilidades de partida como para llevarnos al ámbito de la enfermedad.

1 comentario:

  1. Me has leído el pensamiento :-)
    Tendemos a pensar en el desarrollo individual en términos lineales, de tal forma que todo habría de desarrollarse al mismo tiempo y de forma paralela.
    Quizá en el caso concreto de niños y niñas con alta capacidad se hace más patente (o mejor dicho, más visible) por la "diferencia" observable entre ciertas habilidades y otras, y considerando además que el cerebro en las AACC, por decirlo así, se toma más tiempo hasta llegar a su umbral máximo de desarrollo.
    En ningún caso, por supuesto, es patológico. Lástima la utilización de la palabra "síndrome".

    ....por cierto, enhorabuena por el blog!! Acabo de "descubrirlo" :-))

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